Estrés, ¿Amigo o Enemigo?
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He tenido un sueño: era verano.

No sé qué hora es, ¿qué llevaré… dos horas en la tumbona?, hoy parece se han alineado los planetas para mí, hay pocas personas, el mar en calma y azul, muy azul. Me sonrío, me acuerdo de la frase de Kevin Klein en la película French Kiss, “Adoro el mar, es tan bello, profundo y misterioso. Tan… lleno de peces”. Me empieza a rugir el estómago, sólo me separan diez pasos del chiringuito de playa, de una cerveza y unas patatas…

¡Eh!, ¿qué es ese ruido?, ¿sale del chiringuito?, no, no, ¿a qué me recuerda? ¡Oh nooo!, ¡es el despertador!

Vuelta a la rutina.

Sea cual sea la tuya, va acompañada de nuestro amigo inseparable, el estrés. Se dejará ver después de unos días, es como si nos esperase oculto tras una esquina, esperando a que pasemos para unirse a nuestro caminar. Nos suele dar cuartelillo, un par de días más o menos, donde la incorporación al trabajo es incluso agradable, aún morenitos, con ganas de contar tus descubrimientos gastronómicos a tus compañeros mientras tomas ese café de media mañana, no hay tanto tráfico aún, queda se incorporen los que han dejado para septiembre su merecido descanso.

Regresas a casa con la sensación de que ha sido un buen día, incluso teniendo en tu bandeja de entrada de correo cerca de 40 mensajes esperándote. Los has ido gestionando con tranquilidad, uno detrás de otro. Lo mismo ha ocurrido con las llamadas de otros compañeros, con una sonrisa telefónica, has atendido sus necesidades, sin cuestionarte por qué lo hacen así, —si me lo piden será que lo necesitan—, incluso con las peticiones de tu jefe, que se nota que el estrés ya le alcanzó, has encontrado la forma de explicarle con tranquilidad la razón por la que no te ha dado tiempo a terminar con todas sus solicitudes sin sentirte mal, lo que ahora llamamos ser asertivo.

En casa te cuentan las buenas nuevas, nuevos profes, nuevos libros, incluso nuevos idiomas, todo parece ir bien, aún queda tarde de sol, y relegas para más tarde las obligaciones hogareñas, ¿por qué no alargar un poco más el verano?, sales a la terraza e intentas emular que esa cerveza con patatas están mirando al mar. Saboreando el momento, piensas que realmente sí que eres afortunado: tienes una familia, ruidosa a veces, pero pilar fundamental de tu vida. Una casa, bueno, tuya lo que se dice tuya, del banco, pero puedes permitirte pagarla. Un coche que, de vez en cuando te da un disgustillo, pero te traslada de un sitio a otro sin rechistar. Estás inflado a tecnología y además tienes el privilegio de escaparte al menos una vez al año de vacaciones y por supuesto, un trabajo, que si de verdad eres sincero, no está tan mal y encima te permite mantener todo lo que has conseguido.

¿Entonces?, un mes después de tu incorporación tras las vacaciones… ¿Qué ha pasado con ese café de media mañana?, y el correo, ¿por qué no consigues regresar a casa con al menos tener leídos todos?, y las llamadas de tus compañeros, ¿dónde ha quedado el no juzgar?, bueno y a tu jefe, lo has hecho desaparecer con el poder de tu mirada.

Regresas a casa con la sensación de que ha sido un mal día, no has podido leer ni la mitad de los 20 mensajes que te han entrado hoy. No recuerdas cuantas veces te ha sonado el teléfono, ¿para qué?, para “tontás” y bueno lo de tu jefe no tiene solución, o le cambian o entras en depresión. Ser asertivo: qué estupidez.

La noche ya llegó mientras conducías a casa, no sabes de dónde vas a sacar el tiempo que necesitas para todas las obligaciones hogareñas. En casa te cuentan las malas nuevas, la primera regañina en la agenda de tu hijo., — ¿por qué esa dichosa costumbre de cambiar el horario en otoño?—. Miras hacia la terraza con desdén, sabes que un día de estos tendrás que volver a salir, pero esta vez para pasar un cepillo a ese suelo. Por fin se acaba el día, te sientas en el sillón a leer un rato las noticias del día, en tu iPad, ¡uff!, lo que te faltaba, subida del Euribor, ahora que tienes que cambiar las ruedas del coche. — ¿Dónde está el sol y las horas de más que regalan con el mes de julio y agosto?—.

Es nuestro pensamiento el que nos introduce en la encrucijada de lo bueno y lo malo, el que nos hace creer que todo cambia, en crearnos otras ideas, otras suposiciones, otras impresiones de una realidad que no es tan diferente bajo el sol de otoño como el de verano.

Para poder experimentar las mismas sensaciones del primer día de vuelta de las vacaciones, ¿qué pensamiento de ese día podrías traer al presente?. Busca las 7 diferencias entre tu comportamiento del primer día de trabajo después del verano y un día laboral del mes de noviembre, ¿a dónde te conducen?. Seguro que esa lista ya la has realizado alguna vez, aunque sea mentalmente y, seguro que tienes la solución, pero tenemos tan acostumbrado al cerebro a quejarse en lugar de celebrar que, hasta que no llegue de nuevo nuestra semana de vacaciones del año que viene no le dejaremos soñar que vivimos frente al mar.

Un poco de humor ;): https://www.youtube.com/watch?v=yA6QI6ME5o0

Lidia De la Rosa, Generadora de Salud Emocional