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¿De verdad tengo poderes?

La primera vez que me inyectaron un antiinflamatorio y un antihistamínico, (conocidos coloquialmente como Sr. Urbasón y Sra. Polaramine), lo achaqué a que posiblemente me hubiese aparecido una alergia, pero gorda, no podía ser que la totalidad de mi cuerpo estuviese rojo y necesitase rascarme hasta debajo de las uñas.

Las posteriores pruebas médicas confirmaron, que no era alérgica ni a medicamentos ni al paté, lo último que había ingerido antes de que mi piel se volviera roja como el caparazón de un cangrejo. Según mi encantador dermatólogo, debía tomarme la vida con más calma. De acuerdo, – le contesté–, pero deme algo. No me estaba dando cuenta que ya me lo había dado, me había recetado la mejor de las medicinas, un consejo. Desde entonces, ya han pasado unos cuantos añitos, si no pongo en práctica ese consejo, el de tomarme la vida con más calma, mi cuerpo se revela y encuentra formas muy curiosas de decirme que no está conforme con el camino o decisión escogida.

¿Cómo pueden ser esas formas?

Tal y como dice la Neuróloga Suzanne O´Sullivan, en su libro Todo está e tu cabeza, Editorial Ariel, “…Muchas personas padecen dolencias tan graves que sus vidas han quedado destruidas por completo. En cambio, la mayoría de ellas no tiene ninguna enfermedad…”. (https://www.uclh.nhs.uk/OurServices/Consultants/Pages/DrSuzanneOSullivan.aspx)

Lo que solemos hacer es reemplazar nuestro malestar emocional por el físico, pero ese proceso es el que desconocemos y no queremos dedicar mucho tiempo tampoco a conocerlo, pues casi siempre es más rápido encontrar una “pasti” que nos quite el dolor, porque enfermedad seguramente no tenemos.

Un ejemplo de lo que está sucediendo lo desvela la Agencia Española de medicamentos y productos sanitarios, en su INFORME DE UTILIZACIÓN DE MEDICAMENTOS U/AD/V1/14012015, donde nos revela  una cifra escalofriante: el consumo de antidepresivos en España ha pasado de 26,5 DHD en el año 2000 a 79,5 DHD en el año 2013, representando un incremento del 200%.

Es seguro que una de las causas de este incremento en el consumo de antidepresivos sea nuestro trabajo o mejor dicho, cómo lo afrontamos.

Lo que visualizamos cada día cuando entramos por la puerta de nuestro lugar de trabajo es una versión muda de una película a la que nosotros decidimos poner una banda sonora y un guion. El guion de nuestra propia versión, adaptada a nuestro idioma emocional y de creencias.

Nuestras emociones y creencias son compañeras inseparables de nuestro caminar, no podemos dejarlas a las puertas de nuestro centro de trabajo y recogerlas a la salida, van dentro de nuestra mochila, esa que también compartimos con cosas personales como por ejemplo…. La separación de nuestros padres, la pérdida del abrigo del cole de nuestro hijo, una ralladura en el coche nuevo…

Cada cosa que echamos a la mochila, allí están ellas dos para juzgar y somatizar, pues cada pensamiento que echo, me provoca un sentimiento, este me conduce a un comportamiento y como consecuencia obtengo un resultado (bueno, mal, regular)… esta cadena de sucesos es única e intransferible, es por ello que todo lo que encontramos en nuestro entorno laboral es una visión personal de lo que está sucediendo.

¿De verdad tengo poderes?

Por supuesto que tenemos poderes, si 1 de cada 3 de nosotros tenemos una enfermedad imaginaria [i] , podremos revertir ese dato escuchándonos, observándonos, sintiéndonos.

Hipertensión, Hipotensión, Contractura muscular, Arritmias, Temblores, Tics,  Asma, Hiperventilación, Sensación de ahogo

Úlcera, Colon irritable, Hiperacidez gástrica, estreñimiento, diarrea

Cefaleas, Hipoglucemia, Hipotiroidismo, ansiedad, Depresión, trastorno del sueño, de la personalidad, sexual, picor en la piel, Sudoración excesiva, alopecia, Dermatitis

 

¿Te suenan de algo estas palabras?

Este listado de trastornos es un ejemplo de lo que nuestro cuerpo puede utilizar para decirnos, mira majo, que yo no puedo más. Obviando los factores organizativos y las conductas “malvadas” de algunos compañeros de trabajo, nosotros hacemos un trabajo importante desde el momento que dejamos nos afecte, dejando que se desaten los pensamientos automáticos, provocados por nuestra percepción subjetiva de la realidad.

La solución: aprender a detectar cuál es un pensamiento distorsionante que nos está causando un malestar y sustituirlo por un pensamiento alternativo, fácil ¿eh?.

Puedes empezar por estas preguntas:

¿Qué me diría una persona importante para mí acerca de este pensamiento?

Si este pensamiento lo tuviera otra persona, ¿qué le diría para hacerle ver que no es correcto?

Si las cosas son realmente así, ¿qué puedo hacer para cambiarlas?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lidia De la Rosa, Generadora de Salud Emocional

 

[i] Todo está e tu cabeza, Suzanne O ‘Sullivan, Editorial Ariel